17 de julio de 2009

Insignificante

Ya no recordaba desde cuando llebava esos lentes. Tenían la patita derecha muy floja, lo que hacía que se doblaran, dando la impresión de tener una nariz torcida. Cuando se descuidaba, podía sorprenderse de encontrarlos colgando livianamente de sus orejas, con los cristales sobre su boca, empañándose y desempañándose al ritmo de su respiración. No hacía nada para evitarlo y se preguntaba qué tan seguido un persona podía encontrarse meditanto sobre esos asuntos. Así de agotada estaba. Nada era menos insignificante que sus gafas chuecas y las odiaba. Así se odiaba a sí misma. Pero... qué más da. Pues ahora no hay colores en sus dedos. No es nada. Porque no le gustan los finales muy movidos y nadie le obligaría a observar el suyo.

Su mente se posó en la mezcla de figuras que la rodeaban.

Entró en la elegante tienda. Llevaba varios días paseando delante de ella sin decidirse a entrar. Caminó entre los muebles enormes, olfateando la atmósfera acre de las antigüedades que lucen nuevas hipócritamente, y se dispuso a escoger el sillón en el que iba a morir.

Ninguno le gustó.

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