15 de febrero de 2009

El día después de ayer

Es que no entiendo los espirales de mi cabeza en febrero, ni sé por qué están todos en blanco y negro. Lo que sucede es que después de un día casi perfecto, el siguiente tiene por objeto restaurar la cordura. Entonces una se ahorra las meditaciones en silencio y se enfrasca en el calor de las sábanas para extrañarlo después. Voy a romper mi propio esquema, así no me aburro demasiado antes de empezar a vivir.

Hoy el día se ha pasado arrastrándose. Yo lo vi cuando volvía de explorar debajo de la cama, cubierto de telarañas y con aspecto de haber luchado con los lápices que perdí hace tiempo. Emergió lentamente y se sentó a mi lado, nada más para advertirme que quiere quedarse para siempre. Con unos ojazos verdes, el día me dijo en silencio que hoy no había razón ni para levantarme en la mañana. Pero yo no le hice caso y me di una ducha muy fría que al parecer se ha extendido, atrapada en los nubarrones que se ven más allá de la ventana. El resultado fue pasarme el resto de la mañana... y la tarde... y la noche, envidiando las cosas que sus manos habrán tocado.

Qué frustración que haya frío y que el día haya estado nublado y que las horas sean esponjosas y la atmósfera huela rico... y no haya venido la lluvia.

Después de un día casi perfecto, el siguiente tiene por objeto restaurar la cordura. Por eso hoy la mía ha vuelto a su habitual estado ausente.

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